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29 de julio de 2010

Para contarle al mar





Cada narrador se apropia de sus historias de diversas maneras. Algunos la evocan todo el día y dejan que ella se vuelva parte de su vida. Otro dejan imágenes, sonidos o personajes de cada cuentos los asalten en cualquier momento del día y a partir de ello empezar a darle forma a su cuento. Si me pusiera a describir la manera en que cada narrador de historias suele involucrase con sus cuentos tardaría mucho, ya que cada uno vive las suyas de manera muy única, irrepetible e íntima. Entonces cada proceso de apropiarse de una historia, o de dejar que la historia se apropie de nosotros, es muy único y poco fugaz. Sin embargo, lo que si puedo contar es, más o menos, como ocurre este proceso en mi.


Antes que nada debo confesar que en más de una ocasión ha llegado a mi una que otra historia que, de manera consciente o inconsciente, se alojo en mi psique para quedarse. Es en ese momento que el cuento empieza a hacer un trabajo en el tiempo y comienzan a invadirme recuerdos, imágenes, palabras, hechos o personajes del cuento ya alojado en mi. Ocurre una fusión entre mi realidad y la realidad de la historia, ya que ambas se integran y rondan en mi cabeza. Es ahí cuando decido ir al mar para contarle el cuento.


Una vez que estoy frente a ese inmenso público de masa líquida recuerdo lo pequeños que somos, pero lo grandes que podemos ser como para calmar al embravecido mar y lograr de este un calmado y manso cómplice. Recuerdo que las primeras veces que iba solía tratar de ganar potencia con mi voz y que me escuche la historia hasta la última ola, ya que las últimas olas son las menos escuchan en comparación a las primeras.
Realmente me esforzaba mucho para que el mar se tranquilice y aprenda a escuchar, pero luego aprendí a escuchar al mar y el secretó que nos reveló a David (músico) y a mi no fue una receta mágica. Lo que nos enseñó el mar es que si el rugía y nosotros gritábamos, no nos íbamos a escuchar, pero si el rugía y nosotros le susurramos si podríamos sintonizar con él. Así fue como empezamos a regalarle historias al mar, él nos respondió con su brisa marina y con el nuevo y manso canto de sus olas.

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